Microrrelatos presentados a concurso:
Microrrelato 1 – Incidente en el muelle de San Blas
“Incidente 186137072. Paciente psiquiátrica, 48 años. Agitada y agresiva. Se activa SEU en prioridad 1”
Los gritos salen a recibirnos por las ventanas. Setanita, la poca familia que le queda, explica que vive sola en esa casa que fue de sus padres.
– Yo intento estar pendiente, ¿sabe? Pero tengo trabajo y familia, no me da la vida… Hoy me pegó, ¿ve? Aquí tengo la marca, no es la primera… Ella está en la cama, orinada y creo que algo más…
Armadas de profesionalidad, haloperidol y diazepam, sorteamos insultos, amenazas y objetos volantes. “Todos me engañan ¡Fuera! Estoy cansada, solo quiero un cigarro…” y llora y grita y nos llama “hijas de puta” cuatro veces por minuto.
Nuestro conductor se acerca preocupado. Es un tipo amable con buena planta y Fulanita brilla de pronto y le salen corazoncitos por todas partes.
– ¿Me das un cigarro?
– Claro, y me fumo uno contigo.
Limpiamos mientras le cuenta que bailaba de jovencita hasta que empezaron los problemas. No pudo tener novio ni hijos, tuvo mala suerte… Esta enfermedad de los nervios afectó a toda la familia. Ahora sola, no tiene ganas de nada, ni de nadie.
– La música me relaja, me gusta Maná… ¿Sabes esa canción tan triste del muelle?
Empezó la canción y encendió su cigarro. Los cuatro bailamos rodeados de humo y desolación. “Sola en el olvido” contempló la vida, ahora entre lágrimas de los profesionales del SEU.
– Podéis pincharme, hijas de puta.
Y se levantó.
Microrrelato 2 – Emilio
Reconozco que hoy la consulta ha sido agotadora. Trámites administrativos desde primera hora, limitaciones gestoras, repartos de pacientes por vacaciones de compañeros no sustituidas… “Es verdad”, me dice Claudia, mi enfermera de la UAF, “pero al menos hoy hemos visto a Emilio”.
Emilio tiene 92 años, vive solo. Tiene 4 hijos pero aún es independiente. Cuando veo su nombre en la lista de los pacientes citados me alegra el día. Sé que vamos a excedernos en consulta de los 7 minutos que la burocracia le presupone para hablar conmigo, porque habla un poco lento y oye un poco mal, y a veces hay que explicarle las cosas varias veces; pero a cambio Emilio nos regala su sonrisa siempre, sus historias de la guerra y de la vida, sus recuerdos de su mujer fallecida hace 20 años. A veces Emilio nos regala un queque, “así me entretengo un rato”, nos dice.
En seis meses hemos conseguido en la UAF que Emilio respire mejor, que vea algo mejor y que acceda a llevar bastón para esos mareitos que a veces tiene, “mejor prevenir las ca das, Emilio”. Hoy se olvidó de traerme las tensiones apuntadas, así que le cité para la semana que viene, para que me las traiga. Cuando se va me dice “lo bueno del despiste doctora es que así nos vemos de nuevo la semana que viene”.
Emilio es nuestro paciente, nosotros somos su equipo de Atención Primaria, y no podría decir quién le hace más bien a quién.
Microrrelato 3 – Orquídea violeta
Ella llegó una tarde acompañada de su hermana. No hablaba español. Consultaba por un síntoma muy banal que no orientaba a ninguna enfermedad física. Algo me decía que era más lo que callaba que lo que me contaba. Tenía miedo en los ojos. Empecé a inventarme excusas para que viniese más a consulta: hoy una analítica, a la semana un electrocardiograma… nada de ello era necesario, pero era importante que Ella siguiera viniendo.
Un día comenzó a hablar, en voz muy bajita, en otro idioma… Pero empezó a hablar. Las cosas no iban bien en casa. Ella era víctima de violencia de género, pero no estaba preparada. Todavía no. Pasaron semanas, meses, y de pronto un día Ella decidió moverse. Con miedo en los ojos, con el corazón en un puño. Pero empezó a moverse.
Un año más tarde Ella viene sola, ya no necesita que nadie la traduzca. Sus ojos sonríen al recordar su primer viaje sola en guagua, su primer café pagado con su primer sueldo, ese paseo con sus hijos de hace unas semanas… Me ha traído una orquídea violeta de regalo. Precisamente hoy, 8 de marzo. Las dos lloramos. No sabe que el verdadero regalo ha sido acompañarla, descubrir sutiles cambios en su voz o en su vestimenta que demostraban que algo estaba cambiando. Verla crecer y confiar. Empoderarse.
Ella me regaló una orquídea y una lección para el camino: de esto trata la medicina de familia. De relaciones de confianza. De acompañar en el cambio.
Microrrelato 3 – Ataduras
– ¡Cobarde!¡Lucha maldito! -grité mientras intentaba zafarme de aquellas ataduras.
Agité mis brazos y mis piernas como si fuera la vida en ello, intenté zarandear todo lo que había a mi alrededor, mis ojos de miedo y rabia querían escapar de aquella batalla.
– ¡Sal de aquí!¡Déjame! -volví a gritar con todas mis fuerzas.
Un escalofrío me recorre entero, desde los pies al espinazo. Me siento débil. Estoy cansado de tanto luchar. Siento que pierdo esta guerra.
Me lleno de un vacío inmenso, sudoroso, – ¿dónde están todos?
Estoy aquí solo en una habitación con ventana al monte que luce verde. La lluvia cae fina y serena
– ¿por qué estoy tan triste? -las lágrimas me resbalan por la cara.
Veo entrar un rostro amable. – ¿quién eres?
Me habla con voz tranquila y agradable. No entiendo bien lo que dice, pero transmite paz. Su cara dibuja una sonrisa compasiva. Creo que me quiere ayudar.
Recoge las sábanas y la manta esparcidas por el suelo. Me arropa con ellas. Su cara me suena familiar. Me da un beso en la frente y un sueño profundo me vence mientras oigo que me dice: -Descansa papá.